sábado, 5 de noviembre de 2011

Al despertar

Cuando desperté en aquel mundo desconocido todos se habían marchado. Casi antes de llegar a sentir la lógica curiosidad por entender lo que me rodeaba me invadió una sensación de arrepentimiento espesa, fulminante. Supongo que fue el resultado de haber cabalgado a ciegas a lomos de la locura en busca de un sueño, dejando atrás todo lo que hubiera valido la pena hasta entonces y que, demasiado tarde lo sabía, era en realidad aquello de que estaba hecho.

Pero dos soles amanecían casi simultáneamente en horizontes opuestos, y el impacto de tan absurda visión fue tal que por un momento pude olvidarme de quien hubiera sido hasta entonces. Y descubrí así, sin apenas percatarme de ello, que lo que considerara mi identidad había sido, en gran parte, una carga. Así pues, comencé a caminar con cierta liberación y, por primera vez a la luz del día, acompañado de dos sombras.

viernes, 14 de octubre de 2011

Un mal vuelco

Mi abuela murió hace casi seis años. En aquel entonces, mi tío, que más que tío siempre ha sido casi un hermano, un amigo, le habló a mi madre de lo cercanos y sensibles que habíamos sido durante el amargo proceso fúnebre, mis hermanos y yo. Nos elogió, vamos. Yo, lejos de sentirme halagado, me sorprendí, casi me indigné. Como si hubiera podido ser de otra forma. Yo no había ido allí a saludar a la familia ni a hacer acto de presencia, estaba allí porque era mi Abuela, coño. Es decir, esa mujer vivaracha de mente despierta y una espontaneidad que en más de una ocasión a lo largo de muchos años nos había dejado pasmados por lo acertado y a la vez jocoso de sus comentarios, de esos que ya nunca olvidas y no puedes volver a recordar sin esbozar una sonrisa. Sin mencionar todo lo demás... las horas pasadas en el Encinar, sus horas bajas, sus cotilleos soezmente divertidos en ocasiones, pero siempre sin llegar a perder esa clase tan propia de los García, que solía esgrimir cual estandarte, orgullosa, e incluso quiso inmortalizar en un librillo que no conoció más gloria que ser manoseado y releído por quienes habitualmente la circundábamos. No, definitivamente no estuve allí porque tuviera nada que demostrarle a nadie, sino para despedirme de un pedazo irremplazable de mi vida. Será por las horas que pasé con ella, si bien es verdad que tal vez nunca llegamos a mantener una conversación demasiado larga, pero ni falta que hizo.
Y recuerdo a mi abuelo en aquellos días de velatorio. Su aspecto era exactamente el mismo que si acabara de encajar un puñetazo en la boca del estómago y estuviera sacando fuerzas de flaqueza por disimularlo. Luego el resto fue como una tediosa espera, hasta que él también se fue, algo más de tres años después, porque todos sabíamos que ya nada le ataba a esta vida, más que el tiempo que su tierno corazoncillo de antiguo guerrero decidiera seguir latiendo.
Desgraciadamente las vidas de mis abuelos no fueron lo único que se fue a pique en aquella época. Ni mucho menos. Pero sería casi grotesco hablar sobre todo lo demás. Los interesados sabemos bien qué fue lo que se perdió.
Hubo un tiempo en que mi familia era extensa y cohesionada, como unas cuantas gotas de agua fresca que se sienten seguras en su recipiente de metal, sin preocuparse por lo que el mañana pueda traer por sorpresa, o de que la vasija pueda volcarse. Ahora nos comportamos como si fuéramos un puñado de extraños obligados a seguir tratándose en honor a un pasado que fue mejor, sin atrevernos a preguntarnos nada más allá de cómo nos ha ido la última semana, o el verano que termina. Eso los que aún estamos, porque hay quienes ya ni eso. Y en mi caso particular, aunque sin embargo creo que comparto esta condición con todos los demás, si bien cada uno a su manera, me encuentro en una esquina sin demasiada confianza en las soluciones que se proponen por el camino al asunto, y siento una soledad seca y fría cuando, al hablarme, percibo en mi gente de toda la vida el tono de voz que se emplea con alguien de quien no sabes por dónde puede salir. Sé que, en la parcelita que me toca en este desaguisado, soy el mayor culpable de esto, pero me veo incapaz de darle un giro sin un cambio radical de escenario. O dicho de otra forma, la vida que por el momento seguimos arrastrando desde entonces y que no somos capaces, o no nos proponemos cambiar, se me hace demasiado estéril como para esperar de ella el milagro que a veces pienso que hace falta.
Pero no sé dónde venden vasijas, no importa de qué estén hechas, supongo que siempre que tengas en cuenta que todas tienen su talón de Aquiles basta con ser precavido. Tampoco me siento capaz de encontrarlas por mí mismo, o de poder arrastrar al resto una vez hubiera dado con el alfarero, o el orfebre, o quien sea.

miércoles, 25 de mayo de 2011

¿A las puertas de la solución?

Como uno más, me pregunto si unirme a la búsqueda de solución en masa, que no deja de responder a una insatisfacción en las necesidades compartidas por todos, que son las menos profundas, o buscar una solución individual que deje abierta una puerta que por ahora permanece cerrada. últimamente he optado con cierta obsesión por la segunda alternativa, infructuosamente hasta donde soy capaz de apreciar, y empiezo a preguntarme si no será cuestión de buscar en conjunto una solución a ciertas necesidades básicas para desde ahí poder profundizar con calma en las propias de cada uno. en resumen, dejarnos en paz mutuamente para que cada uno pueda preocuparse tranquilamente de buscar el camino que le lleve donde de verdad le dé la gana. tiene cierta lógica, pues se basa en el principio de establecer prioridades para que no se acumulen las tareas, ahorrándonos así el consecuente caos, que viene a ser el mundo que conocemos. y tiene la ventaja añadida de abandonar la expectativa de conseguir las cosas a base de heroicidad y superhombría, con el consiguiente ahorro de energía, el nada desdeñable retorno a la realidad, y la sana asunción del propio ser, de sus limitaciones y (sin embargo) posibilidades. creo, espero incluso, que todos pecamos en mayor o menor medida de exceso de individualismo, y eso nos hace más débiles. aunque he de apuntar que conviene saber discernir la dosis de individualismo que se debe ceder a la causa común, para que ésta no acabe por convertir a sus integrantes en simples bultos sin identidad, idea que resulta aterradora sin fisuras. ése es el despeñadero que hay que saber cruzar, creo, el de saber qué aportar a la muchedumbre para que uno y otra puedan servirse como un recurso mutuo sin perjudicarse. supongo que ésa es la pelea humana cuando despliega su lado más noble. y está empezando una batalla que de desarrollarse con una estrategia inteligente, puede traer el fin de problemas largamente sufridos por todos, incluso por aquellos que no se percatan de ello

viernes, 4 de febrero de 2011

Y es que héroes de los de mi quinta cada vez hay menos

En fin, no voy a ser yo quien defienda a los domingueros que pululan por el mundo armados de cámara de vídeo allá donde les lleva su paquetour, pero es que el amigo resulta TAN cargante... y que no pierde ocasión de colgarse medallitas, oye... basta con leer la primera frase.

http://xlsemanal.finanzas.com/web/firma.php?id_firma=10371&id_edicion=4847

Y ya de paso, le dedico unas palabras. Porque tiene la curiosa habilidad de parecerte un capullo aunque puedas estar profundamente de acuerdo con él. Leer la mayoría de los artículos que escribe aunque, confieso, no he leído muchos, es como escuchar a Mozart en una serrería. Señor Pérez-Reverte, si no hiciera gala de esa arrogante estridencia en cada parrafito que escribe, sin mencionar la ya mencionada necesidad de escupir a la cara de quien ose incautamente leer sus reflexiones lo infeliz y leve que le resultamos las personas de a pie, entre las que quien más y quien menos trata de no confundirse gratuitamente con el fondo del paisaje sin, por lo menos, enseñar el culo de vez en cuando, sería usted un poco más legible. Pero supongo que esto, como da a entender casi siempre, es algo que no entra en sus planes, dado que el grueso de la humanidad le resulta detestable en su mayoría, como puede uno dilucidar a nada que se tropieza. Fin