Cuando desperté en aquel mundo desconocido todos se habían marchado. Casi antes de llegar a sentir la lógica curiosidad por entender lo que me rodeaba me invadió una sensación de arrepentimiento espesa, fulminante. Supongo que fue el resultado de haber cabalgado a ciegas a lomos de la locura en busca de un sueño, dejando atrás todo lo que hubiera valido la pena hasta entonces y que, demasiado tarde lo sabía, era en realidad aquello de que estaba hecho.
Pero dos soles amanecían casi simultáneamente en horizontes opuestos, y el impacto de tan absurda visión fue tal que por un momento pude olvidarme de quien hubiera sido hasta entonces. Y descubrí así, sin apenas percatarme de ello, que lo que considerara mi identidad había sido, en gran parte, una carga. Así pues, comencé a caminar con cierta liberación y, por primera vez a la luz del día, acompañado de dos sombras.