sábado, 27 de noviembre de 2010

el valor de lo escaso

Esta semana se ha estrenado una película en España llamada 'Entre lobos'. Trata sobre un tipo que convivió 12 años con los lobos de Sierra Morena, y de los que recibió un trato infinitamente más afectuoso del que hasta entonces hubiera recibido de sus congéneres biológicos. Su historia con su nueva familia empezó cuando Mamá loba lo encontró entre sus cachorros en la lobera, y lejos de descuartizarle a dentellada limpia, como hubiera cabido esperar que hiciera con un intruso en semejantes circustancias, se limitó a reprenderle por quitarle el pedazo de carne a uno de sus nuevos hermanos. A partir de ese día, uno más. El ensueño acabó cuando un forestal con más sentido del deber que curiosidad alertó a la guardia civil sobre un muchacho que andaba merodeando por el monte ataviado con pieles de ciervo y con una pelambrera hasta la cintura, lo que determinó el retorno de Marcos, como se llama nuestro amigo, a la sociedad 'civilizada'.
Pasaron los años y, al parecer, cuando el director de la película, supongo, se enteró de su historia, quiso llevarla al cine y, voilá, dicho y hecho, aquí la tenemos.
En la entrevista que hace algunos meses, cuando se estaba llevando a cabo el rodaje, les hicieron en Rne al protagonista de semejante aventura y al director que la va a llevar al cine, este último contaba cómo el primer día que Marcos, el muchacho-lobo ahora reconvertido en hombre-social, se encontró con los lobos que iban a formar parte del reparto de la película, éstos se abalanzaron sobre él y se prodigaron en achuchones y lametones múltiples. Era la primera vez que se veían, y las lágrimas que derramó el cuidador de los lobos en cuestión dan fe de que no era una reacción habitual en ellos.
Entre los humanos, tal y como nos conocemos, nunca, o muy rara vez en estado de sobriedad, hay tal efusividad al encontrar a un congénere con la única razón alegable de que lo sea. Es más, en la mayoría de los encuentros los humanos somos desconfiadillos en el trato, necesitamos un análisis detenido de ciertos puntos a tener en cuenta antes de mostrar ante nadie reacciones como la efusividad sin más, pues incluso un ataque inexplicable de este tipo en un semejante puede provocar nuestro rechazo y desconfianza.
No creo que los lobos sean especialmente destacados respecto de los humanos en lo que a liberación de emociones se refiere. Posiblemente, este tipo de reacciones se dieran más ente nosotros cuando aún no teníamos el planeta recorrido de cabo a rabo, y aventurarse por ciertas regiones era un ejercicio constante de añoranza de algún prójimo. A ese puñado de lobos no les costó reconocer a un semejante, a pesar de no haberlo visto nunca antes y de que éste se les acercara caminando sobre dos patas y, por lo demás, sin ningún detalle a simple vista que lo diferenciara del resto de los hombres, aunque obviamente a nuestro entender. Parece ser una ventaja de formar parte de una especie escasa en representantes, cuando no hay tanto donde escoger, se exige menos a la hora de admitir al nuevo como uno de los nuestros.
Hoy por hoy, en la mayoría de los lugares de este planeta al menos, los de nuestra especie hemos perdido la capacidad de sentir algo tan simple, tan puro y tan a flor de piel al encontrar a un congénere. ¿Para siempre? Eso es mucho decir.

sábado, 20 de noviembre de 2010

un pequeño tropiezo

lo que pasa es que puede que aún me quede algún güeso sano. de hecho sospecho que he estado tan pendiente de tocarme en las fracturas, clavarme el dedito, a ver si me duele, y hurgar aquí y allá, que es más que probable que ni siquiera esté incapacitado para volver a andar con normalidad. pero esos malditos huesecillos... y que no puedo dejar de apretarme a ver si me sigue doliendo tanto como hace cinco minutos, oye. es como cuando te rascas el culo, que inevitablemente después tienes el impulso de olerte la mano. eso sí, enseguida me la lavo. bueno, si no huele a nada, no. tampoco hay que ser tan escrupuloso. y si le doy la mano a alguien, bueno, ojos que no ven... además, seguro que no soy el único que lo hace. bah, si luego todos cojeamos del mismo pie. y no voy a ir yo de rarito. pensándolo bien, qué agustito se está aquí, al solecito, masticando estas vanalidades que le dan su juguito al tedio. aunque tal vez esto no me lleve a ningún lado y quizá debería levantarme, y alejarme de aquí, o puede que corra el riesgo de acostumbrarme a este estado de inopia y dejar pasar el tiempo indefinidamente sin hacer nada más con él. bueno, venga, va, voy a ponerme en marcha. aunque quizá si me aprieto aquí, junto a este hueso que sobresale en mitad del pie, sí, creo que sí, aún me duele un poco. no si presiono ligeramente, pero si lo hago con un poco más de fuerza, uf...